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Yo, Tonya

  • alexzv955
  • 4 mar 2018
  • 2 Min. de lectura

Hacer una película basada en hechos reales, parece una tarea de lo más fácil de realizar. Tienes la historia, tienes a los personajes y sus habilidades y personalidades, y solo te hace falta una pizca de imaginación, y contratar a un buen director, para que la saque de la realidad, y la trasporte a la fantástica ficción del cine. Pero la cosa es más complicada de lo que las apariencias nos enseñan.

Primero de todo, al no ser una historia original, sacada de la brillante mente de un guionista, debes saber, que todo lo que cuentes, algunas personas ya sabrán como comienza, como continua y como termina, lo cual te hace tener que usar tu don de la creatividad, y crear algo jamás visto por nadie. Y la segunda cosa que debes tener en cuenta, es cazar a los actores que más se adecuen al papel. Ya que no van a interpretar a alguien que jamás se le ha visto la cara. Van a interpretar a una persona de carne y hueso, y ese es el reto más difícil de un actor o actriz: dejar de representar a un personaje, y ser el personaje en su totalidad.

Empezare por lo negativo de este fabuloso y tremendo y electrizante y espectacular film, porque así terminare antes: No tiene nada de negativo. Si, lo habéis leído bien. Diez sobre diez. Con su salvaje temperamento que te agarra por el cuello sin soltarte durante toda su proyección, “Yo, Tonya”, se convierte (de momento) en el mejor film del año, que por suerte llevamos poco.

Es el mejor, porque le da igual no tener remordientes en sacar lo más cruel y lo más irracional del carácter del ser humano. Es el mejor, porque minuto tras minuto, te va enganchado más con un anzuelo punzante y potente, que te desgarra el corazón con sublime maestría, para encauzarte en una trama, que rompe de una patada la cuarta pared, las suficientes veces, para que no puedas dejar de prestar atención, ha este festival de comedia negra, que se bate en duelo a muerte, con una descarada y apoteósica sangre fría.

Un aplauso al director Craig Gillespie porque por fin ha hecho algo con lo que salir a la calle con la cabeza bien alta, escupirle a la cara a todo el mundo, y mandarlos ya de paso, a tomar viento fresco. No nos presenta, nos mete de lleno sin contemplaciones, en una trama rítmica y frenética, tan mentirosa y embaucadora, que te es imposible impedirle a tus emociones, que se rían a carcajadas, y lloren al mismo tiempo, por estar dándote cuenta, de que tu cabeza está perdiendo el juicio, y no sabe si expresar un tremendo amor por lo absurdo y delirante de una narración tan caótica y descabella, o hacer lo mismo, pero lleno de lágrimas.

Y señoras y señores, la estrella indiscutible de este increíble e inolvidable film: Margot Robbie. Pedazo de actuación. Pedazo de “ac-tu-a-ci-on”. No puedo evitar que mis manos la aplaudan hasta borrarme las huellas dactilares, y dejar el hueso al descubierto. No tan simplemente, insuperable.

Magnifica, turbulenta, y podría darte demasiadas razones para ir a verla al cine, tantas, que lo más seguro que cuando llegara a la última, ya la hubieras visto unas cinco veces.


 
 
 

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