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La forma del agua

  • alexzv955
  • 21 feb 2018
  • 2 Min. de lectura

El cine conoce los miedos y los sentimientos del ser humano, pero: ¿Los utiliza para aprovecharse de ellos, con ánimo de lucro? ¿O solamente lo hace, por maravillar al mundo entero, con momentos inolvidables e imposibles de expresar en palabras? Y eso es exactamente lo que este excepcional film de 100, nos enseña.


Nos deleita con un festival de emociones embaucadoras y melancólicas, para que sepamos ya de primeras, que vamos a sufrir, vamos a pasar dolor, vamos a escuchar ese “crack” en nuestro interior, que sentimos con una impotencia insoportable, tras perder a un ser querido, y saber que nuestro corazón está hecho añicos, pero nos da igual, porque ya hemos perdido todo lo que nos importaba.


Todo lo que envuelve a esta espléndida y maravillosa película, es bello e intrigante. Un aroma acre clasicista y con estilo de los años 50, te encandila durante toda la proyección, con su misteriosa y romántica forma de llevar al espectador, a un punto en donde no sabe si rendirse ante sus encantos tan realistas y a la vez surrealistas, o seguir sentado, mientras contempla una sucesión de extrañas pero familiares imágenes, que le desconciertan, pero no logran que deje de prestar atención.


Guillermo del Toro lo ha vuelto a conseguir. Ha vuelto a demostrar, que es dueño y señor de cualquier género que se le presente. A demostrado una vez más, que el amor es extraño en todos los sentidos de la palabra “singular“, y que puede mezclarse con las fantasías más bonitas e inimaginables, que por la cabeza más alocada e ida, de una persona, pueden pasar.


Nos ha maravillado. Nos ha envuelto con una delicada tela de romanticismo nunca antes visto por los ojos humanos, que te enamora, te excita, y disuelve toda esa tristeza y soledad, que en nuestros pobres corazones sufridores y soñadores, podemos almacenar.


Nos deleita con una trama que da momentos a la intriga, da momentos a la acción, e incluso da muchos momentos a la comedia, pero que solo son pequeños entremeses, comparados con el plato principal: Un apasionado y tierno amor, del cual es imposible no sentirse atraído o hipnotizado.


Podría decirse que lo mejor de la película es el impresionante trabajo artístico del equipo de vestuario y maquillaje, al crear tal majestuosa obra de arte, que es este extraño e inteligente “hombre pez”, que ha medida que lo vas conociendo, vas descubriendo más cosas de él, que te fascinan, dentro y fuera de la pantalla. Y no estaría muy equivocado al decirlo, pero sería menospreciar, todo lo demás, de este elegante y atractivo film.


Un claro ejemplo, de que una imagen vale más que mil palabras, es la encantadora y sublime actriz Sally Hawkins, que sin decir una sola frase en toda la película (exceptuando alguna escena que no voy a spoilear), logra crear en nuestros corazones, una sensación de tranquilidad, serenidad, y una dulzura tan suave y acogedora, que no te es posible dejar de contemplarla, ladear la cabeza, y poner cara de bobalicón.


Maravillosa, cautivadora, y una de esas películas, que necesitas ir a ver al cine, para que por una vez, sea tu corazón, quien decide la película.




 
 
 

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