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Vaiana (Moana)

  • alexzv955
  • 3 dic 2016
  • 3 Min. de lectura

El océano es un lugar maravilloso y desprovisto de cualquier falta de tacto para los que en el viven. Nos sorprende con impresionantes e innumerables valles de ensueño, tan bellos como misteriosos, donde el ser humano aún no ha posado su garra destructora. Lugares donde en sus entrañas se esconden bestias de pesadilla y seres tan amigables y divertidos, como los personajes de esta impresionante historia, que no, no os estoy a punto de relatar, pero si resumir, con la más brevedad y estilo respetuoso, con el que me corresponde iniciar una crítica, que para nada, en absoluto, y no os lo penséis ni un solo instante, va ser negativa, en ningún, ningún, “nin-gún”, sentido, de la palabra “ningún”.


Es una película de Disney. Fin. No, es broma, no pondré solo eso, aunque podía ponerlo y quedarme tan ancho como el mar, pero en esta ocasión, dejare que mis dedos sobrevuelen el teclado, y la inspiración vaya surgiendo sobre la pantalla. Antes, y cuando digo antes digo hace muchos, muchos años, antes de que yo naciera, eran los niños los que obligaban a sus padres a ir al cine a ver una película de dibujos animados. Unos padres adultos y maduros, no podían permitirse que pasara sobre su cabeza, el deseo de ir al cine, a ver una película de animación. Disney, decidió que eso no podía ser así, así que cambio el rumbo ilógico de este cuento, y hacer que fueran los padres, los que incitaran a sus hijos, a presenciar obras maestras de cine, que sobrecogen tu corazón, escarpia los pelos de tu piel, y te hacen llorar, como un niño, que se hizo adulto, sin olvidar de satisfacer, sus deseos de ver algo, que le hace ser mejor persona, aunque solo sea por unas escasas y rápidas horas, que le hacen replantearse si de verdad es quien quería ser, quien deseaba ser.


Vaina/Moana, es la nueva e indiscutible princesa de Disney, que con sus arrebatadores ojos de color almendrado, una voz digna de una luchadora angelical y una autoestima y pasión, también digna del espíritu de Disney, logra captar la atención y el amor, de todos los presentes en la sala, que son complacidos con canciones dicharacheras, esperanzadoras y de esas, que contienes la respiración durante todo el canto, ladeas la cabeza para prestar más atención y te quedas con una cara de bobalicón, por no saber emplear otra expresión, que no sea la de incredulidad, por estar presente, ante algo mágico, real e inexistente.


Decepcionado estoy, por los que aún se sienten cohibidos o no quieren aceptar, que al menos Disney, tiene como objetivo principal, complacer a todos los publico tengan la edad que tengan, y como ya es hora de que nos quitemos la maldita corbata de madurez, que nos estrangula a diario, y tiremos a un pozo muy profundo, ese maletín lleno de infelicidad y sueños rotos, yo hoy no voy a romper ninguna lanza por nadie, voy a envolver mi corazón, con un lazo de felicidad y alegría, y entregárselo a la mayor empresa cinematográfica de animación, que es quien ser merece, que cada uno de nosotros, le demos las gracias y le dediquemos un gran aplauso, por conseguir hacer que nuestras vidas, aunque solo sea por un rato, resplandezcan como nunca lo han hecho.


Ron Clements y John Musker (los directores de este más que agradable film), nos entregan en bandeja azul, una aventura majestuosa, donde encontraremos canciones que divierten y complacen, y que harán que nuestra cerebro la repita como un disco rayado, una y otra vez, hasta que el agotamiento. Surcaremos este amigable océano, junto con personajes entrañables y cercanos, que cada uno de ellos aprenderá una importantísima lección, que a la vez que ellos la aprenden, nosotros la copiamos. Disfrutaremos de paisajes soleados y con mucha vida, que en más de una ocasión, nos harán desear desparecer de la gris ciudad contaminada por el olor a capitalismo y deshumanización, y transportarnos a un lugar, donde los sueños que pensabas que solo iban a perecer en el olvido de tu memoria, se convierten en realidad, donde los deseos que pensabas que solo iban a ser letras llenas de lágrimas en un diario demasiado autocompasivo, se convierte en realidad y donde tus emociones de tristeza, soledad y melancolía, se trasformaran de la nada, en algo que te hace resplandecer y comprender, que ni tus sueños, ni tus deseos ni tus sentimientos, deben permanecer escondidos, bajo un aura deprimente y nublosa, que esconde bajo ella, un alma libre, afable y llena de emoción y risas.


Con lágrimas que se desprenden de mis ojos y acarician mis mejillas, hasta acongojar mis palabras: Disney, te doy las gracias, aunque con eso, no describa lo que me haces sentir, cada vez que visito los mundos, que creas para el disfrute y placer, de mí oscurecido corazón. Gracias, gracias, gracias.




 
 
 

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