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La leyenda de Tarzan

  • alexzv955
  • 1 ago 2016
  • 3 Min. de lectura

Vas caminando con sigilo por una profunda y negra selva, con la única iluminación de la luna, que te observa desde lo alto y te advierte de un inminente peligro. De pronto, tu cuerpo se paraliza y tus ojos se centran en el infinito, mientras tus sentidos escuchan y palpitan al ritmo de un tambor, al escuchar un atronador rugido, tan escalofriante y ensordecedor, que no creerás que sea humano. Tu cuerpo aún está paralizado por el miedo y la incertidumbre, que junto con tu delirante imaginación, planean jugosas y morbosas escenas con las que esa bestia puede acabar con tu vida, de un zarpazo, mordisco, u otro grito de furia y bestialidad, que acabe por drenarte toda la sangre que tu corazón no puede bombear más.


El león es el rey de la sabana. El tiburón es el rey del mar. El gorila es el rey de la selva. O eso pensaban todos los incautos que despreciaron una raza que se adapta con mimetismo, a cualquier situación que desde que es una cría calva que lloriquea y sonríe, puede hacerse dueño de todo lo que alcanza su ojo y mucho más lejos de lo que su desviada conciencia puede intuir o atisbar. El hombre: ese fantasma que ruge en la oscuridad y hace callar a la selva, mientras tus mágicos sueños desaparecen, y dan paso a las aterradoras pesadillas, que te hacen revivir una y otra vez, el mismo deseo de salir corriendo de ese lugar, mientras estas atrapado en un bucle que a cada paso que das, te acerca más al monstruo que vive bajo tu cama.


Cuenta una leyenda, tan antigua e increíble como las inmensas pirámides, que una vez existió un hombre tan fuerte como los elefantes, tan fiero como los gorilas y tan salvaje que la naturaleza se rindió a sus pies, por ser testigo de algo que atormentaría durante años a la persona con menos corazón y desazón, que se atreviera a plantarle cara a la bestia fantasmal, que recorre la selva fugazmente, que para cuando estas delante de ella, no te de tiempo a gesticular ni un solo signo de terror o pavor.


Una historia jamás contada por los labios más sabios que existen. Una historia jamás vista por los ojos más ancestrales que miraron la tierra. Una historia llena de recuerdos de lo que un día fue, y de lo que ahora es. Es una historia que te dejara un agridulce sabor de boca, pero que no desentonará y desagradara con los espectadores más exigentes y tozudos, que no pueden ver más allá de lo que puede ser un buen guion bien plasmado en pantalla y transformado en una trama de fortaleza, salvajismo, belleza y oscura realidad, que vive dentro de los puentes de luz que descienden en picado con serenidad, atravesando las grandes hojas verdes, que te tapan un paisaje tan desconocido como espeluznante, que el gran David Yates nos lo ha expresado en forma de una aventura de acción no apta para niños menores de catorce años.


Cuando vi el tráiler lo que más me gusto fue ver que participaba Christoph Waltz, que con ese toque de psicópata con clase, estilo y soberbia, te arranca los ojos sin pestañar, y con una sonrisa de oreja a oreja, te los devuelve en forma de “Martini” agitado, no removido. Pero otra cosa que me esperaba era ver una especie de Remake sobre el divertido largometraje de dibujos, que Disney nos presentó con esplendor.


No me esperaba en absoluto, que me encontraría con una a continuación de lo que fue Tarzan, tan melancólica, extraña y decidida, que dejaría por los suelos, el cuento original, de aquel niño que fue rescatado de las hambrientas garras de un jaguar, por su madre gorila.


Sus rasgos masculinos y cuadrados, hacen que Alexander Skarsgård sea el perfecto Tarzan, ¿pero su actitud sobre el papel es igual de perfecta? Claro que sí, porque te absorbe con fuerza y voluntad, y te arrastra a las profundidades de la profunda selva.


Margot Robbie es la ideal Jane, porque con convicción, coraje y belleza, hace que te plantees si su estampa dulce de princesa, solo sea una fachada, que esconde un alma luchadora y salvaje.


¿A quién no le gusta ver a Samuel L. Jackson en una película, mientras se lía a pegar tiros? La respuesta es tan obvia, como su ostentosa e intrépida forma de adentrarse en los lugares más enterrados del planeta tierra.


Salvaje, melancólica y atrevida.



 
 
 

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